Ser joven es construir futuro desde lo cotidiano

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Nota de opinión de Matías Araujo, Integrante de la Mesa de Jóvenes- CC ARI.

Somos los que flasheamos que esto tiene salida. Tener esperanza no es pegarse un mal viaje, es aceptar que no hay lugar para políticas de maquillaje y que de una vez por todas tenemos que ser nosotros los que propongamos un camino.

Cada vez que nos juntamos con amigos hay temas que siempre están sobre la mesa: los alquileres, los precios, el laburo. Básicamente, lo difícil que es para nosotros encarar un proyecto de vida hoy en la ciudad de Buenos Aires con el panorama cada vez más incierto que nos espera.

El otro día, en un bar por Caballito, uno contaba que hacía tres meses que buscaba un departamento y no conseguía nada y, si conseguía, no podía pagarlo. Otra decía que en dos meses le aumentaban el alquiler y no le alcanza con su sueldo actual. De repente apareció un comentario tímido sobre la Ley de Alquileres y sobre la inflación y la conversación se discontinuó.

El ambiente se volvió difuso y una conversación de ponerse al día se volvió en un debate digno de la Cámara de Diputados ¿Estábamos en una cervecería o en alguna sala del Congreso? Todos estábamos construyendo diagnósticos sobre lo que dijo un amigo o un político en alguna entrevista. De la nada hablábamos del mercado inmobiliario y los derechos del inquilino como si no nos tocara. La conversación cotidiana totalmente disociada de la “conversación política”.

A la vuelta, un poco más reflexivo, en el bondi, comencé a pensar. Nuestra conversación no era única, estaba ocurriendo en cada mesa de esta ciudad. Existía una dualidad espectador-protagonista tan contradictoria que parecía tan fácil accionar desde lo cotidiano pero jamás se nos ocurriría accionar desde lo político. De inmediato activamos y dijimos ¿Por qué nos cuesta tanto alquilar y llegar a fin de mes? ¿En dónde estamos, cómo vivimos? ¿Qué datos tenemos que nos permitan construir un diagnóstico?

Empezamos a investigar y a partir de la Encuesta Anual de Hogares 2020 vimos que, hoy, en términos de ingreso, el 45% de los jóvenes en la ciudad son vulnerables. Alquilar se ha vuelto una travesía si tenemos en cuenta que, dependiendo de la zona, un alquiler podría representar entre el 55 y el 79% del salario promedio de un joven. Sólo el 10% de los jóvenes se han podido emancipar mientras que los números de hacinamiento y tenencia precaria casi se han casi duplicado en los últimos años.

Haciendo doble click en referencia a empleo, es alarmante que el 40,62% de los jóvenes ocupados trabajemos en la informalidad, y que año a año se incrementa la proporción de jóvenes monotributistas, que hoy ronda el 7%. Entendemos que el desempleo y la informalidad es un fenómeno que afecta a todos, pero la población en la que más impacta es en la de los jóvenes. Y ni hablar que, aún siendo personas que han transitado diferentes escalafones del sistema educativo, el salario o los niveles de formalidad y desocupación no varían.

Si nos adentramos en la geografía de la ciudad, es necesario advertir que la histórica brecha entre el sur y el norte no sólo se había profundizado en 2020, sino que ahora el centro de la Ciudad comienza a tener estadísticas similares a las del sur. Los salarios en términos nominales y las principales ramas de actividad de empleo coincidían Centro y Sur, mientras que en términos estructurales el centro era similar al norte.

Otra de las diferencias en las que nos gustaría hacer hincapié es que los jóvenes del norte, si se contrasta salario con ingreso familiar, no tienen una participación importante a diferencia del centro y el sur, donde los jóvenes colaboran o son el principal sustento de hogar. Esto va muy vinculado a la composición de los hogares: los jóvenes del centro y sur de la Ciudad tienen mayor propensión a tener hijos que los del norte. Así, el 4% de las mujeres del norte tuvieron hijos, mientras que en el centro esta proporción alcanza el 19% y en el sur el 29%.

Esto es una breve síntesis de todos los datos que fuimos recolectando. Confirmamos que no éramos los únicos, confirmamos que era necesario construir una voz de lo cotidiano en lo político. Y no es hablar por hablar, ni hablar hacia adentro, es hablar entre nosotros de lo que nos importa. Este es el escenario, pero hay que tener en cuenta un par de cosas para que la obra pueda continuar.

Tenemos en claro que necesitamos mejorar la Ley de Alquileres. Y más allá de que el contexto es adverso y el principal problema es el ingreso, no podemos dejar de pensar en cómo hacer de esta ley un marco integral. Cuando pensamos una política de alquileres es imposible dejar de lado en la discusión el rol que también tienen las provincias de ciertos temas como la brecha de información entre propietario – inquilino, la cuestión de las garantías, los incentivos para la construcción de viviendas destinada a alquiler y el estado de situación de las viviendas colectivas.

También debemos poner el foco en los actores de nuestra obra: las personas y el desarrollo de su talento. Debemos tener un diagnóstico claro sobre las actividades económicas que mayores riesgos tienen de transformarse o desaparecer para, en el corto plazo, implementar un plan de capacitaciones destinadas a preparar a los trabajadores en las nuevas herramientas necesarias para afrontar los cambios previstos.

Asimismo, creemos firmemente que estudiar y trabajar debe y tiene que ser posible. Las políticas públicas deberían orientarse al diseño de un sistema de cuidados que nos permita a los jóvenes desarrollarnos profesionalmente y/o continuar con nuestro ciclo de formación. Potenciar herramientas como el teletrabajo, así como acompañar al emprendedorismo, por ejemplo.

Repensar nuestra legislación laboral desde una lógica de la generación de valor compartido como a su vez la reconfiguración de un nuevo sistema de seguridad social es inevitable. Se trata de garantizar derechos, de redinamizar la economía y de crear empleo genuino y formal. El mundo emprende una transformación activa del empleo, donde la discusión no está en la generación de riqueza, sino en la dignidad de las personas.

Somos jóvenes que hacen, piensan y construyen política, que le dan una mirada propia a los problemas del presente, y a veces no nos damos cuenta del valor que eso tiene. Somos los que flasheamos que esto tiene salida. Tener esperanza no es pegarse un mal viaje, es aceptar que no hay lugar para políticas de maquillaje y que de una vez por todas tenemos que ser nosotros los que propongamos un camino.

Apropiémonos de banderas que no solo nos representen e interpelen, sino también que nos incomoden. ¿Cuándo fue cómodo decir lo que sentimos? ¿Cuándo fue cómodo rebelarnos? ¿Cuándo fue cómodo repensar un vínculo? Raras veces. Pero después de ese momento, y aunque nos hayamos equivocado, el camino para seguir adelante es más claro; y si fuimos honestos en el proceso, más posibilidades hay de construir en conjunto.

Creemos que hay tres grandes reglas para hacer política: no robar, no mentir y no usar al otro. Pero este contrato no solo es con la sociedad, sino también con nosotros mismos: no robarnos el futuro, no mentirnos a nosotros mismos y no dejarnos usar.

Publicada originalmente en Infobae

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