Por Camila Torrilla Zuffanti, Baires Centro redacción.
Vivimos en un país de dioses, eso no lo podemos negar. Nuestras raíces greco-latinas se mezclan con la sangre originaria y nos repetimos hasta el cansancio historias politeístas, dioses como esos de los que aprendemos en la escuela: Zeus que tuvo miles de hijos en sus miles de aventuras en la tierra, o Atenea que por no ser calificada como la más hermosa del Olimpo inició una guerra que terminó por sepultar a Troya. Cuando los estudiamos nunca los juzgamos con la vara de la moral con la que medimos a los simples mortales. Porque no lo son, son dioses. Criaturas poderosísimas que solo se pueden entender si se cree un poquito en la magia.
Argentina es un país politeísta, tenemos muchos dioses. Seres alucinantes, extraordinarios, dotados de un talento singular y que, lejos de ser juzgados por sus excesos, son alabados por lo que dejan en la historia y el alma de su pueblo. Maradona fue un claro ejemplo de eso. Pero hay otro.
Para los pibes como yo, nacidos y criados en los noventas menemistas, la figura de Charly García no era en nada lo que una imaginaria como un dios.
El Charly que yo veía era el de la tele: el que se sentaba frente a Lanata en su programa de televisión y lo insultaba, al mismo tiempo que llamaba a Menem un «amigo» porque le había traído una guitarra de Miami. El que deliraba en la pulcritud del living de Susana mientras le contaba las razones que había tenido para tirarse de un 9no piso a una pileta.
Charly García es todos y para todos significa algo distinto. Para algunos es la irreverencia de «Demoliendo Hoteles», para otros la ternura en «De mí «. El grito silencioso de «Rasguña las piedras «, el cuento de terror con «Alicia en el país» y el llanto lleno de esperanza en «Los Dinosaurios». El del bigote bicolor, las uñas pintadas, los pantalones ajustados, los excesos, el rock, el amor, los escenarios; el piano, la guitarra, los anteojos de carey; el ascenso, la caída y la vuelta a la cima; la juventud, la lucha, la esperanza. La palabra justa en el momento justo. La palabra de más en el momento equivocado. La polémica, la grandeza. El dios de los mil rostros, mágico, extraordinario. Una leyenda caminante. Un humano que de humano tiene todo y a la vez muy poco.
Él lo supo antes, leyó a una sociedad dividida por los intereses individuales: «Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo» cantó. Y sí, algo de razón tenía. Pero si hay algo en lo que sí nos podemos poner todos de acuerdo es en que hoy Charly García cumple los 70 primeros años de inmortalidad.